domingo, 10 de octubre de 2010
Netlabels: del fonógrafo al mp3
Internet está cambiando al mercado discográfico, tanto así que muchos pronostican la muerte de ese mercado. Un síntoma de esos cambios son las netlabels, o sellos disqueros virtuales, que regalan música interesante sin violar los derechos de autor.
Plaza Alfredo Sadel, Caracas, Venezuela. La agrupación local La Vida Bohéme presenta su nuevo videoclip Danz! regalándole un concierto a sus seguidores. La asistencia es por demás numerosa, y los más fanáticos manchan su cuerpo con pintura de colores, de la misma manera en que los seguidores de Kiss se maquillan como sus ídolos. Meses atrás (casi un año antes) la banda había obsequiado su primer álbum en Internet.¿Mero altruismo o una buena estrategia de marketing?.
El caso que acabamos de relatar en el párrafo anterior no es el primero ni el único. Desde hace por lo menos diez años ha sido cada vez más común la divulgación de álbumes y canciones a través de las redes informáticas. Internet ha sido aprovechado tanto por los enemigos de la industria discográfica como por los representantes de las disqueras más grandes, las mismas que atacaron a Napster en el año 2000 y crearon discos con mecanismos anti-copia.
Los músicos independientes se han beneficiado de diversas maneras. Algunos han conseguido contrato discográfico, otros regalan su música por considerar que “la cultura debe ser liberada”, y otros obsequian su material en línea con la intención de promover sus conciertos. La mayoría, han utilizado las netlabels (o sellos disqueros virtuales) para lanzar su música. Pero ésta historia tiene al menos dos décadas de antigüedad.
Los inicios: la música “tracker” y el nacimiento del mp3.
A principios de los 90, cuando internet no era aun tan masivo, ya habían ocurrido una serie de hechos importantes con influencia futura en la industria musical. Desde finales de los 80 venía desarrollándose en Alemania, en el Instituto de investigación conocido como Fraunhofer-Gesellschaft, el formato mp3. En el momento no fue un hecho de mayor trascendencia, pocos sabían el efecto que tendría en un futuro cercano.
Unos cuantos años antes de la masificación de Internet y el formato mp3, algunos usuarios de computadores como ATARI, AMIGA (y después PC) estaban elaborando pistas musicales en un tipo de software conocido como “tracker”, el cual era utilizado al principio para las bandas sonoras de los videojuegos, y posteriormente para hacer música electrónica en general.
Los temas musicales creados en programas “tracker”, grabados en formatos como “.mod” o “.it” podían ser intercambiados y modificados por usuarios de todo el mundo, de la misma manera en que un Dj remezcla una pista, o de la misma manera en que se modifica el software libre Por lo general, ninguno de esos compositores, camuflados generalmente por un nick, pensó en vivir de la música como oficio. Internet aún estaba en su prehistoria.
Otro hito importante en aquéllos tiempos fue la utilización de grupos de noticias. Redes como usenet permitían intercambiar mensajes y participar en foros antes de que se creara el formato html. Aparte de la comunidad científica, los músicos electrónicos y disk jockeys de la escena rave lo utilizaron para promover su movida underground, enviando invitaciones a sus fiestas.
Internet, megadisqueras y escena independiente.
Con la masificación de Internet, hacia 1994, algunos artistas consagrados comienzan a utilizarlo como estrategia de promoción. Los Rolling Stones colocaron 20 minutos de música en vivo para ser descargada de forma gratuita, y cuatro años después Bob Dylan regala un álbum de grandes éxitos en línea. Nadie parecía vaticinar en ese momento que Internet sería una molestia para la industria discográfica.
Los problemas comienzan en 1999, cuando servicios de intercambio de archivos como NAPSTER comienzan a facilitar la propagación gratuita de canciones en formato mp3, lo cual trae una serie de restricciones para contrarrestar la piratería. Pero más allá de los controles impuestos por disqueras y gobiernos, y la salida de cada vez más programas para intercambiar canciones, un sector del público comienza a desprenderse de la música como objeto, y ya para el año 2005 es más común el uso del I-Pod o el reproductor mp3 que del discman.
Posteriormente, una escena independiente nacida en los años 80, caracterizada en sus inicios por el uso de medios alternativos como el fanzine, el correo tradicional o las radios universitarias, comienza a aprovechar, a principios de éste siglo, y divulgan su trabajo gratuitamente sin atentar contra la industria discográfica. Para el año 2003 comienzan a crearse páginas web que recopilan ese material gratuito que circula en Internet, álbumes virtuales para ser descargados, con autorización de los mismos músicos. Es el comienzo de las netlabels. La chispa se enciende en países como Alemania e Italia, y se riega por el resto del globo.
Netlabels, y las tendencias de la distribución de la música en Internet.
Una netlabel no debe confundirse con cualquier plataforma web que coloque archivos sonoros y gratuitos. El material se coloca con permiso de los artistas, y es administrado por un reducido grupo de melómanos aficionados (y en ocasiones, una sola persona) que ven en su “sello disquero virtual” un hobbie, y no algo que les genere ganancia. El interés por divulgar un género musical (hay “disqueras virtuales” dedicadas a la música electrónica, al indie o al folklore) es su principal motor. Algunos, como el sello italiano Acustrónica, dejan que los artistas decidan si quieren regalar o vender sus canciones.
Una netlabel, o sello disquero virtual, suele promocionarse por canales alternativos como las redes sociales o la publicidad de guerrilla (stencils, flyers), y aunque muchos de los artistas involucrados apoyan la liberación del copyright no necesariamente los artistas que regalan su material están en contra de los derechos de autor.
Algo que ha hecho más confusa la división entre netlabels y sellos tradicionales, ha sido el hecho de que cada vez hay más artistas profesionales que por cuestiones de mercadeo han lanzado sus álbumes de manera libre y virtual, como en el caso de las bandas venezolanas Ninah Mars, Lado B, Judy Buendía y La Vida Bohéme. Ésta última comenzó sus lanzamientos web con un EP en el sello virtual fanzinatra.com, y tiempo después lanzaron un LP a través de su propia página web.
En el ámbito internacional, grupos como Radiohead también utilizaron Internet como plataforma promocional, dando a escoger entre la compra o la descarga gratuita de sus canciones. Todo parece indicar que Internet no ha matado el mercado de la música, sino que lo está cambiando. Es la muerte de la industria discográfica tal como la conocemos, pero no es la muerte de la música como negocio.
A manera de conclusión.
A finales de los años 90, seis grandes casas discográficas controlaban el 98% del mercado mundial. El otro 2% pertenecía a las disqueras independientes, incluyendo sellos como Epitaph Record, que se convirtió, tras el éxito de la banda The Offspring en 1994, en una verdadera trasnacional del punk-rock. En el mejor de los casos, las disqueras “indies” se convirtieron en una vitrina para nuevos talentos. Fue el caso de la archiconocida Nirvana, quienes comenzaron con el sello Sub Pop, y fueron contratados por Geffen.
Ni el grunge ni la música electrónica underground (que también se masificó en los 90) lograron dañar a la industria disquera, sino todo lo contrario. Fue el auge del formato mp3, entre 1999 y 2000, el golpe más duro que ésta industria recibió. Los éxitos comerciales de MTV ya podían ser descargados sin gastar un centavo. Pero millones de artistas sin contrato, incluyendo productores caseros pensaron ¿por qué no colocar mi propia música online? y no estaban robándole su dinero a nadie. Algunos como Gnarls Barkley lograron hacer fama y dinero desde Internet, para luego saltar a los medios tradicionales.
Y las netlabels, desde su creación, se han propagado como un virus, y aunque la industria disquera ha disminuido sus ventas (las cuales recuperó en parte gracias a la invención del Ipod), el target de las netlabels sigue siendo mucho menor. No obstante, es posible que la música más interesante de la actualidad se encuentre en esos sellos disqueros cibernéticos. En cuanto al futuro de la industria disquera, quizás el abogado norteamericano Lawrence Lessig, autor del libro Cultura Libre (el cual puede ser descargado gratis también) tenga la respuesta: no desaparecerá la industria tradicional, simplemente competirá con lo gratuito, convirtiendo el CD en un artículo de lujo que valga la pena comprar.
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